martes, 12 de agosto de 2008

Todos lo perros van al cielo


Era de noche y hacía frío.
La indiferencia desfilaba caminando de vez en cuando y algunas veces más en vehículo, sola o compartida no perdía su identidad.
Ella estaba indefensa, flaca flaquísima, hambrienta de protección.
La acechaba un perro grande, pasamos a su lado en nuestro auto, la vimos, nos dolió el alma, en el segundo que demoramos en frenar y hacer marcha atrás otro perro como el anterior se cruzó hacia donde estaba ella, y entre ambos la atacaron, jugando a adelantar un irremediable final.
Quizo Dios que un reto bastara para que la dejaran en paz, agacharon sus cabezas y se fueron, ella nos miró con sus ojitos tristes y como pudo intento buscar refugio en una estación cercana, la seguimos, procurando no asustarla más, hablandole con modos suaves, dándole la caricia tantas veces negada.
La llevamos a casa, le ofrecimos calor, agua y comida. Aceptó lo primero, bebió desesperadamente pero no probó bocado.
Al día siguiente la llevamos a la veterinaria, allí recibió una batería de vitaminas, protectores, y todo lo que pudiera significar una posibilidad de mejoría, sin embargo su pronóstico era incierto, extrema desnutrición, secuelas de un moquillo que producía temblores y dificultades para moverse, la falta de un tercio de su dentadura, inapetencia, pero su mirada decía... aún no me rindo.
Volvió a casa, su cuerpo cansado se relajó a pesar del dolor, durmió plácidamente por horas, pero luego ya no quizo beber, entonces volvió a la vete, la internaron y le pusieron suero, pero no, ya no hubo nada que hacer, su organismo estaba muy deteriorado y la compasión a destiempo no pudo remediar tanto abandono, tanta enfermedad, tanto desamor acumulado.
Atenúa este dolor que su partida haya sido precedida por jornadas de paz, al abrigo del cuidado que pudimos prodigarle nuestra doc amiga y nosotros, lejos de la amenaza de algún animal más fuerte y de tantos otros animales racionales mucho más peligrosos.
Ya no pasa frío, hambre ni soledad, en el cielo de los perros podrá correr y ladrar en libertad, y tal vez, sus ojitos reflejen un destello de esperanza para que de este lado algún día no hayan más miradas tristes.

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