sábado, 11 de abril de 2009

Chivo expiatorio


En un acto que roza lo insólito,
se acercó a nuestra puerta un chivo,
liberado de la estaca que ata su destino,
cruzó la calle,
no lo intimidó el revuelo de canes
que con ladridos y saltos lo invitaban a alejarse.
Por lo visto no hay un lazo natural de amistad
entre nuestros perros y las cabras,
o tal vez sí,
y en su canino lenguaje lo alentaban a entrar.
Nos acercamos,
haciendo callar los perros.
No pudimos echarlo,
pobre animal condenado,
sentí tanta pena
el cuello pelado por los amarres,
lastrando una soga tan gruesa
como la crueldad humana.
Pude mirarlo a los ojos,
seguramente él percibía que el nuestro es un hogar seguro para su especie,
acá no lo comeríamos,
acá no le haríamos daño.
Pero las injusticias tienen dueño,
esta no es la excepción,
y allá volvió,
a manos de un voluntarioso cómplice.
Seguiremos oyendo su lánguido balido,
contándole a todos su triste dolor,
quién lo escuchará?
quién se acordará de él cuando esté servido a la mesa?
cuántos elogiarán el sabor de tamaño sufrimiento?
Será un víctima más,
solo una más,
silenciada.

Mis perros


Tengo en mis brazos la cabeza de una gran danés,
aunque ella lo pretenda, su más de medio centerar de kilos
no caben en mí;
mientras un proyecto de cocker
pugna por subir a mi falda.
A mi lado juegan
bestialmente
un rottweiller a escala
con una cachorra de patas eternas
y orejas en punta.
La abuela del clan
reclama su cuota de mimos,
abriendo sus fauces de dientes mochos.
Afuera
disfruta de la lluvia
el enano del jardín
y atraviesa la puerta
una negra flaca
con cara de yo no fuí.
Al llamado acude
el resto del grupo:
un ovejero cordobés que habla,
se sabe bello pero no se la cree,
y un bombón canino
rosadito por siempre,
más bueno que la buena Lasie.
Por dónde andará mi pequeña suricata?
Son mis perros,
mis amigos,
mi compañía.
Más fieles que mi propia sombra
porque no me abandonan en días nublados
ni en noches sin luna.
Nos necesitamos
y nos tenemos.